Y así fue como Ernesto quedó petrificado, mirando el vacío. O eso es lo que todos pensaban, sin saber que en realidad se encontraba realizando la más profunda búsqueda que un pobre tipo como él puede hacer luego de haber comido una de esas tortillas llenas de aceite que traen de la rotisería con delíbery de la avenida.
Al principio todos se preocuparon. Pensaban que Ernesto tendría algún tipo de enfermedad, como una especie de epilepsia o de alzaimer que no le permitía moverse. Llamar a un médico o a un psiquiatra no era una solución porque sabían todos que se lo llevarían a alguno de esos hospitales-tumba y nunca más lo verían.
Entonces, de a poquito, lo fueron incorporando a la vida cotidiana.
Ernesto era, ahora, una suerte de entidad multifunción. Entre perchero y espantapájaros, entre compañía fiel y ser invisible y descortésmente callado.
Mientras tanto en la cabeza de Ernesto... las ideas fluían sin encontrarse como las miradas de dos conocidos que se miran a destiempo en un lugar público, es decir, sin encontrarse, como las ideas de Ernesto que fluían en ese momento en su cabeza.
La realidad siguió avanzando a sus espaldas. De espaldas a su búsqueda infinita. Sus hermanos y amigos fueron creciendo y formaron familias. Algunas mujeres fueron sus novias, obviamente luego de una decisión unilateral, pues Ernesto se encontraba todavía congelado, buscando sus respuestas en la oscuridad.
Y luego toda su gente se fue muriendo de vieja. Se fue quedando solo. Solo y congelado. Congelado y pensativo, siempre, concentrado en lo oscuro, en la búsqueda y la respuesta.
Y con los años la casa se fue erosionando hasta transformarse en un baldío con medianeras de ladrillo. Y Ernesto ahí, paradito. Dios mío, lo que hay que ver.
En algún momento, allá por el año 3231, interrumpió su búsqueda: un pequeño eructo provocado por la tortilla del siglo XXI desvió brevemente el curso de sus pensamientos.
El tiempo siguió pasando y la raza humana se extinguió, el sol creció y devoró a la tierra. De millones de año te hablo, eh.
Qué pasó con Ernesto? No se, querido, después de la desaparición del mundo lo que menos me importa es que le pasó a ese vago. Un día descubrió que la verdad estaba en lo oscuro y decidió dedicarse a desenterrarla, sin saber que la verdad vive bajo tierra, cuando no la vemos, cuando no nos distraemos buscándola.
Un salame el pobre Ernestito. Tantos años para nada. Tanta vida a sus espaldas, a espaldas de su búsqueda infinita en lo oscuro.
miércoles, diciembre 13, 2006
Amputado por atomÖ a la/s 6:01 p. m.
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