Existen momentos fugaces que convierten la nada en algo. - Piensa Ernesto mientras corta un pedazo de tortilla - momentos que convierten la masa compacta de nada destructiva en algo que, por lo menos, no destruye, no carcome. Y uno se come la ilusión de contentitud por un instante. - piensa mientras deglute el pedazo de tortilla antes cortado.
- Esos momentos fugaces - sigue - son tan fugaces que no duran más que un suspiro, o unas pocas semanas de encanto y magia. Luego se vuelve a la vida, que en algunos casos es lo más parecido a la muerte.- piensa y baja la vista concentrándose en la tortilla de papas.
Ernesto es un hombre muy viejo. En realidad tiene 31 años, pero un alma de hombre muy viejo. Ernesto tiene un alma que le ha venido gastada. Tiene una especie de ánimo gris, un alma de trapo rejilla.
La filosofía de tortilla de papas es lo único que le queda. Las reflexiones son lo único que le queda. Las ideas son lo único que lo salva, porque la vida se le ha ido del alma, de tantas escurridas y lavandina. Pero las ideas son también lo que lo hunden.
Solo queda en él un motor en la cabeza. Una suerte de maquinita que se acciona cuando quiere, y solo sirve para acercarlo a la angustia.
Ernesto no sabe que es lo que necesita. Ni siquiera sabe si necesita algo. Ernesto solo sabe que existen momentos fugaces que convierten la nada en algo. Y sabe que son tan fugaces que no duran más que un suspiro, o unas pocas semanas de encanto y magia. Y también sabe que después se vuelve a la vida, que en algunos casos es lo más parecido a la muerte.
Ernesto tiene su corazón roto. Una muchacha encantadora de carcajada fácil y cabello suave. Una muchacha imposible para él en este mundo y en cualquier otro. La muchacha con su magia y su cabello suave ha logrado darle uno de esos instantes fugaces. Y además, lo ha hecho dueño de una frase. Frase hecha pero brutalmente verdadera. Ernesto, hoy, es dueño más que nadie de esa frase "fue lindo mientras duró".
Ernesto solía enojarse con la vida. Desde que su alma es como un trapo rejilla no se enoja más con la vida. Ahora se deja escurrir por la perra vida que pasa y se lleva todo. Por la perra vida que insiste en convertir los momentos fugaces de contentitud nuevamente a su estado inicial de nada compacta que destruye y carcome.
Ernesto termina su tortilla, deposita su plato en la bacha, abre la canilla y mira fijamente el agujero por el cual el agua se abandona la bacha.
Lentamente se va metiendo en él. Se hace líquido y se pierde en lo oscuro del caño. Desaparece en las penumbras del sistema pluvial. Se mezcla con el agua de este mundo para siempre. Deja de ser.
O eso es lo que quiere, por lo menos, en su cabeza. Perderse en lo oscuro y dejar de ser. Para poder decirle adiós a la hermosa muchacha de carcajada fácil y cabello suave.
martes, diciembre 05, 2006
Amputado por atomÖ a la/s 12:06 p. m.
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