sábado, junio 27, 2009

Como a muchos, a mi me gusta Jaretche. Me gusta lo que dice. Sobre todo me gusta ese amor por la argentinidad que tiene. Ese orgullo. Esa actitud de mandar a la mierda a cualquiera que diga "qué país de mierda". Pero, por otro lado, es el exponente más claro de la actitud de pensamiento del peronismo. Al intelectual peronista le gustan las cosas cocinadas. Y Jauretche es un chef de puta madre. Pero, entonces, lo que sucede es que al intelectual peronista la única actividad que le queda luego de leer al genial don Arturo, es la sobremesa, es decir la deriva discursiva, la discusión borrachina que siempre encierra cierta actitud pendenciera. En pocas palabras, lo que le queda al intelectual peronista luego de leer a Jauretche son las ganas de discutir y tener razón. Yo creo que uno podría agarrar cualquier capítulo o escrito de Jaretche y agregarle al principio un "Flaco, yo te voy a decir como son las cosas..." y luego leer el texto. Y no habría ningún salto de tono en ese texto.
Ojo, no critico el contenido de la doctrina peronista. Critico la actitud de pensamiento. No quiero escuchar más "justas". Cantar la justa es antideportivo (en lo que al deporte de la discusión se refiere). Es una mierda. Es anular nuestros pensamientos apoyándonos en doctrinas que nos dan comodidad intelectual y ética. Y, como decía yo con gran genialidad en un texto de hace algunos años "la comodidad y la muerte son la misma cosa".
Que tengan una agradable fiesta cívica mañana.

miércoles, junio 24, 2009

Como todo, como absolutamente todo lo que es o podría ser, las relaciones humanas tienden también a la entropía. Los lazos débiles entre seres humanos se diluyen, dando lugar a la nada, o a ese todo desorganizado que es el cosmos.

Con dolor reconozco que las personas que importaban ayer, dejarán de importar mañana. Lo afirmo, lo he vivido, lo se. Las relaciones entre las personas cambian. Y, en la mayoría de los casos, esos cambios llevan a la extinción. Allí donde había una relación, de repente ya no la hay. Si uno observa con cuidado puede encontrar el instante preciso en el que ese cambio irreversible se da. O, quizas, mejor dicho, uno puede reconocer el momento final, el remate, el disparo hacia abajo que las cosas le han dado a esa relación que agonizaba en el piso. Lo único que se puede intentar, en esos casos, es que muera sin dolor, como un perrito enfermo al que se le suministra una pichicata de la muerte.
Ojo, hay casos raros que desafían estas leyes naturales. Son relaciones que se transforman, que mutan, que sobreviven. O no, no solo sobreviven, ahí está el yeite, en que no es que solo sobreviven, sino que, además, viven. Entonces tal vez ahí puede haber alguna idea más o menos sólida: las relaciones que luchan por sobrevivir, terminan muriendo. Las relaciones que viven, que no se preocupan por su propia muerte, no mueren nunca. O, bueno, por ahí lo que pasa es que son muchas relaciones que nacen y mueren constantemente, pero son siempre las mismas personas las que las mantienen. No se.

viernes, junio 19, 2009

Una música hecha por migo