lunes, diciembre 26, 2005

El párpado se cierra por un microsegundo, humedece el globo ocular, y vuelve a abrirse. Mantenimiento. Enjuagadita. Ese ojo no sabe lo que le va a suceder en los próximos instantes. No sabe de resentimiento. No sabe de Niuls ni de Rosario Central. No sabe de la gresca entre su dueño y el leproso borracho. Algo sabe de la borrachera de su dueño. No sabe como se siente la púa penetrando, abriéndose camino. No sabe como es desinflarse cuando el humor acuoso abandona el globo ocular por la pequeña fisura. Solo sabe moverse, mirar esto y aquello. Su existencia de ojo burgués. El oído es más compadrito porque es incapaz de escaparle al estímulo inconveniente. Luego del humor acuoso viene la sangre. De eso este ojo sabe bastante. Ahora sabe todo esto. Y también sabe de gritos y de dolor y de calles oscuras y de hospital público y de paciencia y de debilidad y de inconciencia y de desangrarse y de cerrarse abierto y de no ver más cuando debiera.
Es increíble todo lo que puede aprender un ojo en tan solo una noche. En su última noche como ojo en este mundo.

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