Etiqueta y protocolo son palabras que suenan a enfermedad o a parte del cuerpo relacionada con la caca

Tengo la pija al palo - Dijo.
Y nada.
Uno esperaría que, luego de semejante declaración, las cabezas de los invitados giraran repentinamente en un movimiento unísono, aunque tal vez irregular, dirigiendo la mirada hacia el dueño de la pija en cuestión que, en este caso, era también dueño de la declaración en cuestión.
Pero no. Las cabezas permanecieron inmóviles. Ininquietables. Lo que si, se sintió. El movimiento no sucedió pero se sintió. En la atmósfera corrió una muy leve corriente de aire, producto de esas potenciales cabezas girantes. Es decir, no estuvo la acción, pero se instaló la atmósfera.
Y después, la otra atmósfera.
Porque tampoco hubo un esperable silencio. En su lugar continuó existiendo el murmullo típico de este tipo de reuniones. Un murmullo con ciertos sobresaltos que garantizan una cierta sensación de seguridad, seguridad de que la diversión sigue. Si no es allí, donde uno está, es en algún otro lugar. Es como una suerte de confirmación regular del disfrute expresada en decibeles.
Y luego, la muchacha frente a él tampoco dijo nada. No dijo nada. Dijo, pero no con la boca. Lo que hizo fue decir yéndose. Con su espalda le dijo algo así como una mezcla entre "desubicado de mierda" y "qué hago con esta situación social incontrolable?". Y se fue, con su espalda a cuestas.
Y entonces ahí quedó él. Dueño de una pija parada, dueño de una frase con consecuencias, dueño de un discurso expresado por una espalda, dueño de una invitación a retirarse de la fiesta.
Así fue de feo. Vino Marina, la dueña, y así, como intentando fingir una media sonrisa, le dijo "tomátela antes que llame a mihermanopatovica".
Entonces, sin mediar palabra, le dijo a la dueña "me voy de tu fiesta de mierda". Sin mediar palabra porque se lo dijo con la espalda. Y con ese pedito que se tiró antes de abandonar el recinto.