viernes, junio 22, 2007

Como quien golpea una video casetera para que ande; como quien acude a esos mágicos, violentos y efectivos procedimientos de reparación, Ernesto golpeó y sacudió su cabeza, y allí, en ese momento, sintonizó una cierta mirada sobre la verdad.
El pensamiento metafórico se apoderó de sus percepciones. La realidad de las cosas comenzó a aparecer frente a él de manera simbólica e indirecta, y fue en ese momento que vio por primera vez la jaula. Pero bueno, como Ernesto es Ernesto y tiene ciertos problemas con estas cosas, no pudo completar la imagen como correspondía a esa pobre pero efectiva metáfora. Dentro de la jaula no había un pájaro, sino que, directamente, estaba ella, la muchacha. Y era el día de su cumpleaños.
Con su pelo suave y su risa fácil, descansaba en un rincón de esa jaula pequeña y sórdida.
Entonces quiso observarla. La vio feliz en su ausencia, triste en su presencia. Bastaba alejarse un poco de la jaula para verla reír. Y bastaba acercarse un poco para verla cerrar los ojos de tanto sufrimiento.
Decidió, entonces, mirarla desde lejos. El encanto de su pelo, de su boca y su sonrisa. El encanto de sus palabras, siempre tan oportunas. El encanto de sus muslos, de sus caderas, de todos sus fragmentos, siempre en movimiento, siempre no quietos, nunca quietos, nunca, quietos? nunca! Eso! Ella es movimiento. Eso es lo que atrajo siempre a este estúpido estático observador de profundidades oscuras: su imposibilidad de permanecer, su capacidad de ser mil personas, una para cada segundo de existencia, una para cada actitud y para cada gesto.
Ella, encerrada y todo en esa jaula, era todas las mujeres. Por eso Ernesto la había querido para él, la había capturado, y la había encerrado en esa jaula de barrotes envenenados.
Entendió. Su presencia era jaula y era veneno.
Decidió, entonces, retirarse.
La jaula quedó sola, con la muchacha dentro. Los barrotes fueron desapareciendo. La muchacha se vio libre y feliz y, ahora si, haciendo honor de toda esta metáfora, voló. Si. La muchacha voló.
"Feliz cumpleaños", pensaba Ernesto mientras dejaba atrás esa jaula que ya no estaba. Y dejaba atrás a esa muchacha que ya no estaba. No dejaba atrás nada, porque nada estaba ya.
Regresó a la bacha y al oscuro agujero.
Pudo, esta vez, fluir por los caños convertido en agua. O pudo en su cabeza.

2 comentarios:

Words Unspoken dijo...

Una palabra: genial.

B

Anónimo dijo...

Otra palabra: flasheeero!