domingo, agosto 27, 2006

Es sabido por todos que las relaciones deben ser cuidadas. Y tambien que pueden ser destruidas.
Hace años que me dedico de un modo neurótico a destruir mi amistad con el negrito.
Una y otra vez voy minando nuestra amistad con pequeñas bombas-cuelgue.
Lo conozco desde sexto grado. En esa época nuestra amistad era una de esas muy copadas de pibitos en bici que se siguen a muerte.
Luego, con el secundario, nos empezamos a alejar. Y ahí comenzó nuestra cuesta abajo.
Creo que nuestro problema es que el profundo amor que sentimos el uno por el otro no vino acompañado, en los últimos años, por la imprescindible afinidad de hábitos.
Verlo, en los últimos tiempos, viene significando ver también a un grupo de amigos suyos con los que no hay tampoco afinidad y, definitivamente, no hay amor. Ojo, es gente buena y copada, pero no hay enganche.
Ayer no vino a la inauguración de mi nueva casa, y eso a mi me funcionó como una bomba de Hiroshima, que destruye todo pero además finaliza el conflicto.
Aunque no se. Capáz que hablo demasiado desde este domingo tan raro.
Te quiero mucho negrito. Eso va a ser siempre así.

miércoles, agosto 23, 2006

Leonardo tiene el dedo en la nariz desde hace 17 minutos.
El cree que la cantidad de moco que sale es directamente proporcional al tiempo de escarbe que el minero nasal realiza.
A su alrededor, como formando un público de anfiteatro en el arenero, en una especie de ronda del asombro, se encuentran Natalia, Pablito, Ernesto y Catriel. Todos quieren saber si la teoría de Leonardo es cierta. Catriel, de paso, se manda una mano de arena a la boca mientras espera incrédulo el fin del espectáculo.
Las madres y padres permanecen ajenos, lejanos, fuera del arenero, fuera del territorio lunar de media tarde.
Natalia se sobresalta. - Te zangda!- grita mientras señala a Leonardo.- No vale así! La sangre lo va a re agrandar!- Vocifera Ernesto.
Y Leonardo sigue escarbando. El codo parece irse haciendo cada vez más corto. Ninguno de los pequeños presta atención. El largo de un miembro no es algo que sobresalte a un pequeño en pleno crecimiento.
Y la nariz se le va como hinchando de a poco. Pablito lo describe de un modo impecable: .- Tenéz como un guzanito que te zube pod la zeja!-. Es el dedo. El dedo y la mano que están yendo muy lejos.
Y Leonardo sigue. Sigue con su militancia de minero nasal. Imagina la enorme bola de moco que podrá arrojarle a Catriel. Le cae mal Catriel. Le encanta el nombre que tiene, no como Leonardo. Es re aburrido Leonardo.
La mano ha llegado a la frente y Leonardo comienza a ver borrosos a sus amiguitos.
En los dedos venía sintiendo algo duro, pero ahora ha llegado a una superficie blanda. La toca con la uña y en ese instante ve como un flash de luz frente a sus ojos. Los amiguitos cada vez más borrosos.
- Fachu!, veo como una luz!-. Dice Leonardo y decide ir más profundo y ver un gran flash, que viene seguido de oscuridad y silencio absoluto.
Los padres se agolpan a su alrededor. Los nenes del arenero no entienden nada.
La ambulancia llega enseguida. El médico, en el hospital, es la primera vez que ve un caso como este: un niño que muere rasguñando su propio cerebro.
Sorprendido, recurre a los registros del hospital y encuentra otro caso de 1957. Un nene de Témperley.

lunes, agosto 21, 2006

No tengo banda ancha ni plata para ciber.
En este momento "Muñon" es un torso sin extremidades ni cabeza.
Como diría el gran Alonso Ruisko: "Paremos con la dictadura de la comunicación".

miércoles, agosto 09, 2006

Algunas cosas que deben ser dichas.

No.
Una palabra tan difícil de escuchar como de decir.
A mi me cuesta más decirla. A otros escucharla.
Un amigo mío tiene la teoría de que si uno quiere hacer enojar a alguien, basta con decir No cinco veces seguidas. No importa el contexto, la conversión, ni nada. El no por si solo basta para enojar.
Puede ser.
Lo que es yo, no es que me cueste decir que no, es solo que me cuesta decirlo en el momento indicado.
Así es como, luego, ese No que en algún momento era tan sencillo, se transforma en una tarea agotadora.
Esta actitud no es de ahora. Es la razón por la que comencé terapia. Y creer que lo había superado fue una de las razonas por las que dejé terapia.
En fin. Si hay algo que te enseña tener una madre física es que el ser humano, como todo en la naturaleza, no es un fenómeno lineal.
Se puede llamar a esto retroceso? No lo se. Prefiero verlo como un recuerdo de ese temeroso adolecente al que le costaba irse de esa banda tan percudida por el paso de los estupefacientes.

Y hablando de recuerdos. Me voy del barrio.
Me voy de un barrió con el que pasé de un odio a primera vista hasta una familiaridad casi fraternal. Ahora somos como dos hermanos muy distintos que se quieren por ser hermanos, pero no tienen nada que ver el uno con el otro.
Y ayer se me dio por recorrerlo una vez más. Decidí pasar por lugares importantes, y pasé por algunos. La sorpresa fue que muchos de ellos, por los que no pasaba hace rato, estaban completamente cambiados. Casi desfigurados por esta estética alpino-countrie que viene atacando a la zona norte ultimamente. Eso me reconfortó un poco. Si el barrio cambia, yo también puedo cambiar. Y en este caso, cambio de barrio.
El nuevo barrio me está costando. Me encuentro en un estado de alerta constante. Como si cada vecino fuese un potencial violentador de mi paz. Creo que son vicios de zona norte. La zona norte está habitada por una población muy temerosa. Esa onda más confianzuda que me intimida en barracas, debe ser la onda del barrio. Ni más ni menos. Porque ojo, quiero aclarar, no me voy a Suarez y Montes de Oca, suerte de nuevo Cabildo y Juramento al sur de la ciudad. Me voy a Barracas al fondo, casi tocando Pompeya, donde Barracas todavía es Barracas.
En fin. Veremos.
Veremos si puedo sacudirme los vicios y prejuicios de zona norte.
Ta luego.

martes, agosto 01, 2006

Melodía.

Llegó el momento, el momento por el cual se encuentra parado. Llegó el momento por el cual mandó el smoking a la tintorería. Llegó, finalmente, el momento por el cual el director, con su pesada y nórdica batuta, emite una de esas señales de un tenor comuinicativo similar al lenguaje de mudos, que le informa de este aquí y ahora tan esperado.
Sabe que esa tercera nota es la más importante. Es la nota que da belleza a toda la progresión. Es el nudo alrededor del perfecto paquete.
Llegó el momento y el arco está firme.
Ha pasado esa niñéz dificil, y esa escalada profesional vertiginosa.
Han pasado los años de ensayo. Han pasado las horas de práctica, los dedos sangrando, la migraña, esa migraña que nunca se acaba.
Han pasado los ensayos, los ensayos generales, el ensayo general y ese momento previo siempre tan complicado. Ese momento previo en que la migraña se intensifica.
Ha pasado el momento de pararse al frente de su orquesta y realizar la venia.
Ha comenzado la obra.
Han pasado los 24 compases del allegro. Y el arco está tenso, firme, masculino.
Tira las dos primeras notas con total decisión.
La, mi y cae en el sol. Cae. Cae con todo el peso del tiempo. Y extiende tensionante ese sol. Y la migraña.
El tiempo se hace pesado. El director mira de reojo y reconoce algo extraño. La nota sigue, la orquesta intenta seguir. El director baja la batuta y la nota sigue.
Sigue la nota y la orquesta se detiene.
Sigue la nota y la orquesta se alborota.
Sigue la nota y el público murmura.
Sigue la nota.
Sigue la nota y la vista se le nubla.
Sigue la nota y el murmullo crece y se nubla el sonido.
Sigue la nota y sigue la nota.
Sigue la nota y aparecen hombres de blanco.
Sigue la nota, ya no a través del instrumento. Sigue la nota en la cabeza.
Sigue la nota y camina del antebrazo.
Sigue la nota y la camisa aprieta. Y sigue la nota. Sigue dentro de la combi. Sigue dentro del hospicio. Sigue frente al hombre de las pastillas.
Y sigue la nota.
El disparo en la sien afina un perfecto do, cerrando, finalmente, después de tantos años, esta desteñida melodía.