domingo, junio 04, 2006

Tortuguita.

Hay como una especie de cariño al barrio. Es la paz total.
Los domingos de solcito, como este, son mágicos. La ausencia de ruidos urbanos es una virtud que no se disfruta solo en fin de semana. Todos los días abunda el sonido de los pajaritos y de las copas de los árboles agitando sus hojas al viento.
Todo eso es hermoso.
Pero es muy lejos.
Me sumerge en un estilo de vida muy desgastante.
Toda salida implica un cálculo complejo. ¿De qué hora a que hora? Dónde me quedo a dormir? Hasta que hora hay trenes? Que tengo que hacer mañana, pasado…?
Y ahí empiezo a armar la tortuguita. Mi mochila no podría ser de un color más adecuado: verde y marrón.
Meto ropa, algo para leer en los largos viajes, y todo lo necesario para los días que pasaré fuera de casa. Si me voy por mucho tiempo cargo mudas de ropa. Después siempre ando con ropa arrugada. La tortuguita tiene ese efecto sobre la ropa.
Además la vida nómade tiene un componente de caos y reorganización nacional.
Volver a casa es enfrentarse a la ropa sucia, a los mails para responder, al quilombo dejado en mi pieza antes de salir.
Lo peor es cuando me olvido algo importante en mi casa. Imposible volver a buscarlo.
Necesito mudarme.
Necesito dinero.
Necesito trabajo.
Tengo trabajo.
Necesito un trabajo en el que me paguen.

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