miércoles, junio 28, 2006

A esta hora de la mañana los reflejos funcionan a la mitad de sus capacidades.
Párase al borde del estribo y observa el pavimento del andén que se desliza rápidamente debajo de sus pies. Mira la punta de su zapatilla izquierda y vuelve a los 35 pesos que le dolieron y, la puta madre, ya empezaron a despegarse.
Llega tarde, cosa usual a esta hora. Por eso se arroja del tren en movimiento.
Toca el piso con un golpe seco, corre unos pasos, y allí siente como un aire amargo en la boca, como una bocanada de oscuridad que se le incrusta en las papilas gustativas.
Yo les explico.
Ese mismo muchacho, en otra de las infinitas realidades, tropieza desafortunadamente y muere en este mismo episodio.
Ese gusto amargo fue solamente un poco del sabor de la muerte que se filtró a esta realidad en la que él simplemente baja del tren en movimiento, pega una corridita y llega tarde a su trabajo .

Lionel Scaloni se parece al novio de Amelie.

lunes, junio 26, 2006

La injusticia de la naturaleza.
Ese es un concepto para pensar.
La naturaleza, decididamente, comete injusticias.
La muerte de alguien joven es una de las peores.
La muerte repentina de alguien joven es peor aún.
La muerte repentina de alguien joven muy talentoso y bueno ya es un cataclismo lleno de injusticia.
La muerte de mi hermano es algo imperdonable. Impensable.
Esa injusticia es la que me devuelve la perspectiva. La naturaleza no es injusta, es natural. Es naturaleza.
Un virus en las vías respiratorias es naturaleza. Es algo tan inexorable como un tsunami pero, para mí, infinitamente más devastador.
Vivo su muerte con mucho resentimiento y con algo muy oscuro, algo muy parecido a la nada, al vacío. Es como una angustia supercondensada. Como un agujero negro, una pelota de materia con gravedad infinita. Una piedra en el pecho que pesa y quiebra la voz, quiebra la voz cuando hay voz, cosa rara.
No hay voz para tu muerte. No hay nada. Tu muerte es la definición de Nada.
Y yo, como un boludo, sigo tratando de decir algo sobre esto.

jueves, junio 15, 2006

33.868.776.
Salta de dos en dos las baldosas de granito.
No las salta. Piensa que las salta y mira por la ventana hacia el patio. La baba en la comisura no es más que el producto de su concentración.
Para el ojo desavisado esa baba sería un signo de deficiencia mental, o de locura. Pero no, no crean. Está concentradísima. Cuenta en su cabeza los segundos sin habla. Cuenta los segundos a un ritmo que ya es interno, ya está incorporado a su ritmo vital.
Algunos dicen que entró en estado de shock, pero ella sabe que es solo una cuestión de tiempo.
33.868.782 segundos desde aquel momento.
La proximidad con la concreción del objetivo le trae recuerdos. Son recuerdos desprolijos, borrados por el tiempo, por ese tiempo que ella juzgó tan necesario, y al que dedicó toda su concentración durante casi catorce meses.
Ve difusamente la cara del hombre. Ve difusamente su arma. Siente algún resabio de lo que fue aquel miedo. Pero el tacto es lo que más recuerda. Recuerda la barba rasposa del rostro del hombre. Recuerda el frío del cuchillo contra su estómago y... vuelve. Casi pierde la cuenta. 33.868.794.
Se permite una última excursión hacia ese pasado, y vuelve exactamente al momento clave. Fue la oportunidad que definió su destino. Lo primero que vio fue el color del rostro del hombre: Rojo. Luego percibió cierta hinchazón en toda la cabeza, y una sutil línea hundida en torno al cuello. La cadenita. Apresurada, hace casi, pero muy casi, catorce meces, huía de un reciente cautiverio luego de ser soltada por el hombre, y utilizaba su mano para asegurar que la cadenita siguiera enganchada en el clavo de la pared, estrangulándolo.
Lo que sigue es imaginable. Lo que sigue es el silencio. Exactamente 14 meses de silencio. La justicia de la naturaleza. Una muerte. Eso había sido. Una muerte. Necesitó el silencio de 14 meses, de 33.868.800 segundos.
Ahora cualquier impulso culposo ha quedado borrado. El tiempo y el silencio lo curan todo.
-33.868.800- dice incorporándose y secando la baba de la comisura de su labio.
-¿Que?- Dice la gorda enfermera interrumpiendo su programa de chimentos.
-Me voy al patio- Dice, y sale a saltar baldosas de dos en dos.

lunes, junio 12, 2006

La película comienza con una pantalla negra que funde a un decorado del interior de un subte en movimiento y todo parece en movimiento y la gente se agita y se mueve de un lado para el otro debido al meneo constante y muy violento del vagón que parece ir a chocar contra las paredes en cualquier momento de partir se escucha que dice un hombre de campera de gabardina verde oliva introduciendo una manija en forma de llave que permite llegado el caso detener el tren y abrir las puertas está prohibido con el tren en movimiento y el hombre lo sabe a pesar de su gabardina verde oliva pero no sabe que vienen moviéndose desde siempre no sabe como fluye la existencia de este subte que se tomó alguna ver el otro hombre de bigote y libro novela policial en la mano y cree que este viaje se va a terminar en algún momento y de algún modo sabe que el accionar de la palanca puede generar un efecto similar al de que te explote el culo manchando el pantalón del pibito que se cagó e intenta disimularlo acurrucado en su asiento sobre el hombro de su mama dormida está la mama del nenito y sueña que se encuentra quieta descansando en una hamaca paraguaya pero lo que no sabe es que la hamaca paraguaya siempre se mueve porque no existe una hamaca paraguaya que no se balancee aunque sea con la frecuencia de una milésima de segundo es lo que falta para que el hombre verde oliva accione esa palanca que tiene en su mano y detenga la existencia de esta gente que ya no se acuerda desde cuando viaja y el bigotudo mira al verde oliva y sufre porque sabe que por más que atraviese el vagón de una corrida no logrará impedir ese movimiento circular antihorario que ya ha comenzado y que se desarrolla en manos del hombre de gabardina verde oliva y gira un poco y sigue girando y el fin de los tiempos se sigue acercando y falta un octavo de vuelta y un dieciseisavo de vuelta y los avos son cada vez más grandes y la distancia de rosca que separa el tiempo del no tiempo es cada vez más chica hasta que de repente llega al final del semicírculo antihorario y clic













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miércoles, junio 07, 2006

Nada que hacer.

Es verdad. Soy un adolescente.
Pienso, actúo y hasta escribo como un adolescente.
Es cierto.
¿Sabés que creo tambien? Que este blog dice cosas que parecen escritas por un adolescente de los 90. Un depresivo nirvanoso que no entiende nada.
Pero hay cosas que tengo muy claras.
Tengo claro que vos, joven de los 00´, nunca conocerás el aburrimiento de los 90 y, por lo tanto, nunca sabrás lo que es salir de eso. Y por lo tanto darás por sentadas muchas cosas y creerás que tu apatía es una marca de tu generación. Y por lo tanto serás un ignorante. Y por lo tanto tu puteada me chupará un poco más un huevo. Y por lo tanto este blog seguirá existiendo. Y por lo tanto vos, joven puteador de los 00´, seguirás existiendo. Y por lo tanto no habrá nada que hacer más que sentarse a escribir y a leer.
Si este blog es feo seguramente la culpa sea mía. Pero tambien es un poco tuya, pedazo de energúmeno
Lamentable.

lunes, junio 05, 2006

Declaraciones resentidas.



"La mater/paternidad es una contribución a la fagocitación humana del universo.
El hijo, eventualmente, devorará a su madre. Y luego se transformará en agujero negro.
Y así, todo es metáfora de todo.
Metáfora por omisión, que le dicen. Que le digo.
Abortemos la existencia.
Utilicemos el espéculo del conocimiento y hagamos un raspaje uterino con nuestra decisión."


Alonso Ruisko.

(La pintura es de Mark Ryden y se llama "The Birth")

domingo, junio 04, 2006

Tortuguita.

Hay como una especie de cariño al barrio. Es la paz total.
Los domingos de solcito, como este, son mágicos. La ausencia de ruidos urbanos es una virtud que no se disfruta solo en fin de semana. Todos los días abunda el sonido de los pajaritos y de las copas de los árboles agitando sus hojas al viento.
Todo eso es hermoso.
Pero es muy lejos.
Me sumerge en un estilo de vida muy desgastante.
Toda salida implica un cálculo complejo. ¿De qué hora a que hora? Dónde me quedo a dormir? Hasta que hora hay trenes? Que tengo que hacer mañana, pasado…?
Y ahí empiezo a armar la tortuguita. Mi mochila no podría ser de un color más adecuado: verde y marrón.
Meto ropa, algo para leer en los largos viajes, y todo lo necesario para los días que pasaré fuera de casa. Si me voy por mucho tiempo cargo mudas de ropa. Después siempre ando con ropa arrugada. La tortuguita tiene ese efecto sobre la ropa.
Además la vida nómade tiene un componente de caos y reorganización nacional.
Volver a casa es enfrentarse a la ropa sucia, a los mails para responder, al quilombo dejado en mi pieza antes de salir.
Lo peor es cuando me olvido algo importante en mi casa. Imposible volver a buscarlo.
Necesito mudarme.
Necesito dinero.
Necesito trabajo.
Tengo trabajo.
Necesito un trabajo en el que me paguen.