Que linda vuelta, la síntesis, la conclusión. La experiencia en el valle Traslasierra fue muy rica en muchos aspectos del espectro.
El pueblo Villa Cura Brochero fue nuestro lugar de base. Decir que es hermoso es perderse la mitad de la experiencia. Porque por debajo de todo lo lindo es un pequeño pueblito miserable. Gente quemadísima por el sol, rezándole a la estampita de este cura gaucho que murió de lepra con la nariz hinchada de gusanos. Pueblo cordobés, nada de villa alemana. Nada de esas emulaciones andinas de villas alpinas. Cura Brochero es un pueblito cordobés y cuartetero. La feria artesanal es artesanal solo en un 50 o 60 porciento. El resto es reventa de baratijas. Esa es la belleza despojada de Cura Brochero. Es esa autenticidad de lo que es córdoba. Ya alguna vez tuve la sensación de que Villa Gesell y Villa General Belgrano eran similares. Y se debe a eso: hay como una tendencia a plantar pinos y poner casas con techo a dos aguas. A tal punto que una ciudad de Córdoba puede tener una atmósfera parecida a una de la costa atlántica.
Solo uno de los pueblos del valle Traslasierra, llamado "Nono", sucumbió al contagio de esta "peste alpina". El resto se salvó.
Pero Cura Brochero es un pueblo cordobés. Cordobés y cuartetero. Con bailongo en la plaza central, con pequeños pasteliteros a sueldo de mierda, con toda la miseria y la fuerza de esa gente. Javier, el dueño del camping, un viejo gritón de voz aguda que desde que llegamos hasta que nos fuimos estuvo construyendo un quincho para mejorar su negocio. Levantándose a las 5 y acostándose a la 1 y media. Orgulloso de su hija, la licenciada en turismo. Y su esposa Chichi, la contadora del hogar, cuidando a "el peladito", su nietito de cráneo exagerado. Gladis, la fabricante de alfajores "la nena". Una señora de rasgos comechingones y sonrisa fácil, madre de la nena que le da el nombre a los alfajores, que es ahora una terrible belleza serrana. El pequeño albañil que caminaba bajo el sol de las dos de la tarde por la plaza del pueblo con la pritti-limón fría para el patrón, sin poder abrirla y pegarle un trago merecido. La vieja del supermercadito. Cajera imposible para un super porteño, con un anti-ritmo a prueba de siglos. Los "raros" del toro muerto. Un clan que tuvo la suerte de adueñarse de uno de los lugares más lindos del mundo, y vivirlo en armonía. Gringos de rostro, parcos y amables. Haciendo todo lo posible para entregar una quebrada de ensueño para el porteño con plata. Reclamando, casi con un ladrido, el peso de entrada a la quebrada que les permite mantener las instalaciones. Ya hablaré más y mejor sobre la quebrada del toro muerto. Es un tema que merece un post aparte. Y el amor en la sierra merece otro. Y el asado a la vera del río Panaholma merece otro. Bueno, lindo viaje, linda vuelta. Hola.
martes, febrero 07, 2006
La vuelta
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