César sabe de colchones. Le duele darse cuenta de que se ha sentado en el borde de su "Suaverstar Imperio". Le duele darse cuenta de que ha transgredido una de las normas principales del cuidado de colchones. Jamás sentarse en el borde, porque se vence la estructura. Pero aún así, todos los días al regresar del local, se tira cansado sobre el borde del Suavestar y se saca los zapatos. Huele un poco esa mezcla entre cuero y queso, y ahí, en ese instante, putea por adentro: "Mierrrda. Otra vez me senté en el borde".
Espera siempre parado al lado de la puerta. Sonríe con cara de bien dormido. Él dice: "¿Cómo un tipo que labura en lo mío va a tener cara de mal dormido?". En algún sentido tiene razón. Es como ver a un peluquero con un feo corte. O como un médico tosiendo.
También adora ver el rostro de los clientes cuando se tiran decididos a probar los resortes y la tela de Jackard. Adora descubrir ese placer por adelantado que lee tras los disimulados rostros. El dice que en ese momento los clientes disfrutan esa comodidad presente del momento en el que están probando el colchón, y de todas las comodidades futuras que les promete el nuevo y silencioso amigo de resortes.
Pero lo que más disfruta es vender el modelo "Imperio". Y lo que más disfruta de eso es esa línea que dispara con un gesto de pistolita en la mano: "Si, este es el que tengo en mi casa. Me llamo César, he conquistado el Imperio". Muchos clientes no lo entienden. Es cierto que no es muy ingenioso, pero cuando ves cómo lo dice, tan infladito.
Últimamente su fundamentalismo está perdiendo de vista los límites.
Su último intento de trasnoche fué aquel día en el que se iba a encontrar con María. Ella venía llegando medio tarde, porque llovía y todo es un quilombo cuando llueve.
César la esperaba impaciente. Contaba el tiempo mientras apuraba un pancho Peters con salsa de mayonesa y aceituna, esa que es tan rica combinada con las papitas. Apuraba el peters para ganar tiempo de sueño. Y la desubicada venía llegando 17 minutos tarde.
-Encima - Pensaba César - Encima hoy llueve, hoy es día de dormir.
Puteó por dentro, se limpió la pequeña trompa con la servilletita, y se fue.
Desde esa noche que no ha vuelto a salir. Desde esa noche que disfruta de todos los beneficios de su "Suavestar Imperio". Desde esa noche que permanece quieto, dócil, recostado sobre el Imperio, recostado, cómodo. Jamás resignaría ese confort ni por un segundo, ni para comer algo, ni para tomar agua.
Su última noche ha durado días.
El olor a carne podrida ha molestado a los vecinos.
La policía ha derribado la puerta del monoambiente.
La vecina curiosa ha pensado en robar el Suavestar.
El espíritu de César, o tal vez el olor a muerto, la han convencido de no hacerlo.
El colchón con olor a muerto ya no es de nadie.
Todos los colchones tienen olor a muerto.
La comodidad y la muerte son la misma cosa.
viernes, marzo 03, 2006
Amputado por atomÖ a la/s 8:17 p. m.
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4 comentarios:
No me sé la marca de mi colchon, el pobrecito tiene más de 20 años. Igual no lo cambiaría me encanta sentarme en el borde y ver como asoma un resortito por uno de los costados que ya se rompió.
Juas! leí el posteo anterior justo después de escribir algo que hablaba solo de MI.
Lo que pasa es que es difícil escribir que me gustó y me dieron ganas de comentar algo aunque nunca lo haga.
ja ja! no pasa nada. hablen sobre lo que quieran. pero el tema es que no se hable SOLO de uno mismo. eso queda feo. saludos. me alegra que te guste.
Muy, muy bueno... Me gustó mucho el relato. Dicen que cuando uno muere el cuerpo libera todas las endorfinas juntas, que son las sustancias que nos generan el sentimiento de felicidad y bienestar... Es por eso que los que murieron y volvieron recuerdan solo un sentimiento de paz hermoso. (Onda Victor Sueiro, jeje). Lo que no se es si al liberar todas las endorfinas cuando vuelven a la vida no pueden ser felices nunca más.
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