lunes, diciembre 15, 2008

Abría los ojos al despertarse. La negra noche de todos los días. Ese dolor de cabeza de siempre, siempre ahí. Más fuerte al despertar y antes de cenar. Menos tirando al mediodía y antes de acostarse. Pero siempre, siempre ahí. Es que nunca había podido desarrollar la capacidad de mantener sus ojos quietos. Nunca los había usado para nada, por lo tanto, todos los músculos que controlaban los delicados movimientos oculares carecían de fuerza y control. Entonces, sus ojos se movían caprichosamente, como cuando se llega a esa etapa profunda del sueño, en la que estos se mueven siguiendo la vertiginosa acción de un sueño. Y es por eso que él, desde su negra noche de todos los días, de algún modo veía. Por ejemplo, llegaba al cajero automático y lo reconocía con las manos. Una caja metálica con botones y ranura. Entonces el cajero lo saludaba, con sus bips y sus traca tracs, y luego se transformaba en una palmera agitada por el viento, con una culebra verde y negra descansando sobre una de sus hojas. Mientras retiraba el dinero, charlaba con esta solitaria culebra, que le soltaba dos o tres verdades metafísicas antes de darle el tiquet y preguntarle si deseaba realizar otra operación. 

Otras veces comenzaba bajando por la escalera del subte, y en seguida se encontraba rodeado por una garganta profunda, de largo aliento cálido. Un canto lírico provenía desde abajo, entonando unas estrofas en húngaro. El aliento de la garganta se iba haciendo cada vez más húmedo y selvático. Aquella vez sintió, mientras llegaba casi al primer pasillo de túneles subterráneos, que el dolor de cabeza aumentaba y que el movimiento de sus ojos se hacía cada vez más violento. Siguió caminando y llegó hasta el andén, que él reconocía como el fin de la garganta y el comienzo del abismo digestivo. Los ojos se movían violentamente dentro de sus órbitas y unas imágenes indescriptibles de infiernos y paraísos aparecían delante de él. El sonido de una lombriz solitaria acercándose invadió toda su cabeza. Repentinamente, sus ojos se movieron demasiado y salieron disparados hacia la negra noche. Él, finalmente ciego, ciego definitivamente, ya sin ojos de ningún tipo, decidió dejarse devorar por la violenta lombriz que recorre los intestinos de la ciudad.
Ahora si, la noche fue negra, definitivamente negra, pues sus ojos no volvieron a abrirse y no volvieron a mirar, de ninguno de los modos posibles.

4 comentarios:

atomÖ dijo...

kaki.
quiero decirlo. sos la lectora màs grosa.
gracias por el aguante de un año tan fofo. si sigo escribiendo cosas acá, es en gran medida porque se que vos las vas a leer.
aguante.

Anónimo dijo...

otra lectora fiel :)

atomÖ dijo...

tr, también grosa. una lectora trasandina. loviu!

Anónimo dijo...

muá