Una película con 1000 espectadores no es solo un fracaso económico, es un fracaso cultural.
Todos los directores y productores cinematográficos que continúan en la sintonía del cine sin espectadores tienen que hacerse cargo de esto. Están haciéndole el juego al imperio. COn sus películas perpetúan esta sensación de que lo que nosotros hacemos es de segunda, que está medio mal hecho, que el cine verdadero es el que hacen en el norte.
Quiero filmar y llenar salas, y formar parte de la birrita de alguien, del almuerzo de alguien, de cualquier charla de transporte público. Eso es buen cine, el que se mete en tu vida.
Recién, volvía en subte del centro y dos pibes de unos 20 años charlaban sobre "Esperando la carroza". Ahí vamos.
lunes, noviembre 26, 2007
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jueves, noviembre 15, 2007
me gusta cuando una sonrisa me agarra de los cachetes medio sin ninguna razón y me obliga a desfigurar la cara en esa mueca infrecuente.
me gusta sonreir sin mucho motivo.
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jueves, noviembre 08, 2007
El semicírculo de gente que rodeaba la cama dió su último suspiro y
y
y nadie se animaba a levantar la vista. Los únicos ojos que miraban al cielo eran los de Angelito. Y miraban el cieloraso. Miraban esa tela de araña que había estado moviéndose desde siempre con el viento caprichoso del ventilador de techo. Sus retinas cansadas de tanto salpicré cremita, agotadas de tanta TV y ese interminable desfile de flores, descansaban de todo el sinsentido en ese hilito negruzco de apariencia frágil.
A lo lejos, en la calle, el 70 frenaba en su parada, soltaba un soplido de aire comprimido y seguía su camino. Y el aire, en la calle, tenía gusto amargo. Estaba por llover y las partículas de agua de la atmósfera trasportaban minúsculas motas de hollín.
Adentro, Danielita, una de las primas más chiquitas, una nenita de siete años, levantó la vista y creyó verlo moverse. Casi le dice algo a mamá, la tía Mirta, una vieja que toda su vida había tenido palabras de sobra en su boca, pero ahora, con lo de Angelito
Es que, bueno, hablar era un poco como dar la pauta de que el tiempo seguía ahí, andando para adelante, ya sin este triste pasajero.
A Danielita siempre le dio miedo el primo Angelito. Alguna vez le había preguntado a su mamá por qué el primo Angelito estaba tan flaquito. ¿No le daban de comer? Y por dentro Mirta saboreaba la ironía de la situación. Saboreaba el amargo gusto de la ironía. Esa tarde había gusto a ironía en el aire de Barracas.
A ver: el asunto era así: la ironía era ésta: Angelito se estaba comiendo a si mismo desde hacía tres años. Un caso extraño, decían algunos médicos. Otros, la mayoría, no decían nada. Era curioso ver a esos semidioses reconocer su impotencia por la palabra o por el silencio. En toda la familia, y en la clínica, y en el barrio, se instaló una sensación general de catástrofe. Cada vez que el tema de Angelito aparecía, desaparecía en seguida, porque dejaba mudo a cualquiera que intentara
Lo peor era verlo.
Sus brazos llegaban un poco más allá de la altura del codo; más allá, una extraña superficie rosada y rugosa cubría la falta de miembro. Las costillas se veían recortadas por la marcada delgadez y, notoriamente irregulares, dibujaban formas geométricamente imposibles. Eran como una pila de ramitas, presta a quebrarse ante la menor presión. A la madre, la madre
a la madre
a la madre a veces le daba miedo taparlo con la frazada.
Ese cuerpecito parecía no tener cadera. Lo único que quedaba de ella era un hueso saliente del lado izquierdo, que no le permitía recostarse de costado.
Y las piernitas
Las piernitas nunca fueron vistas por nadie más que por los médicos y por la madre, la madre
Aparentemente era el sector más afectado por este extraño mal. El barrio todo, todo Barracas, desde el Riachuelo a Constitución, desde Patricios hasta la villa, el barrio todo especulaba sobre esas piernitas. Sobre el terror debajo de la cintura.
Y su carita. En los comienzos de la enfermedad su expresión era terrible. Era un miedo, un pavor insoportable. Dentro de esa carita había mucho más miedo del que ésta podía contener.
Luego su expresión cambió. O desapareció. Como desaparecía la expresión de cualquier persona que lo veía. Desde hacía un poco más de un año la cara de Angelito estaba vacía. Los ojos se movían con los caprichosos movimientos de la telita de araña. Eso era todo.
A nadie le dolió el último suspiro.
Angelito había sido un grave error. Angelito había sido una de esas cosas que nunca debieran haber pasado. Angelito era portador de un sufrimiento, un dolor, un terror, un espanto, un crudo dolor que dejaba sin palabras.
Angelito había sido pura deformidad, pura falta de sentido. Angelito había sido una palabra inventada para nunca ser dicha.
Nadie más dijo Angelito en Barracas. Y eso fue todo.
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