sábado, agosto 02, 2008

Con absoluta parsimonia y excelso compromiso, Álvaro seguía cumpliendo con su ruta de todos los días.
El dueño de la empresa, un hombre acomodado, para nada un magnate, ni de lejos rico, no se decidía a cerrarla. En algún punto la mantenía en funcionamiento para no acabar con la vida de Álvaro. Desde aquel fatídico 12 de agosto de 2012, día en el que la noticia de la invención de las heladeras con dispenser de agua gasificada se hacía modestamente pública a través de algunas propagandas de Frávega y Garbarino, desde aquel fatídico 12 de agosto de 2012, el dueño de la empresa, este no magnate bondadoso, dudaba cada mañana si cerrar o no la empresa de soda. Botegoni hnos., empresa líder en la manufactura, embasado y reparto de soda en sifón en todo lo que es la zona de Munro, Villa Martelli y Florida Oeste, comenzaba el camino hacia su desaparición.
Aquella mañana Álvaro reconoció una extraña expresión en la cara del viejo Salva, seguridad privada, último empleado, junto con Álvaro, últimos empleados en abandonar este barco en forma de sifón.
Álvaro lo saludó con la cabeza y salió a cumplir con absoluta parsimonia y excelso compromiso con su ruta de todos los días.
Y no supo, en la esquina de Tejedor y Arenales, que esos tres sifones que dejaba en lo de la viuda del alemán fabricante de bulones serían su última entrega. No lo supo, pero miró el frente de esa casa en ese barrio con soles fuertes y veredas quemantes saboreando un gusto amargo, una cierta sed de algo refrescante.
Aquella tarde regresó a la fábrica y el dueño lo esperaba en esas oficinas de durlok simil madera con la mala noticia y una mirada adusta. El viejo Salva la recibió con una puteada y siguió sentado en su asiento de siempre. Álvaro miró al piso mientras el dueño le preguntaba si tenía algúna otra posibilidad de trabajo.
Álvaro caminó hacia la puerta y desde la oficina se lo veía alejarse. En las penumbras del encierro veraniego, su silueta se alejaba por el pasillo. Casi al final, se detuvo y miró hacia arriba. Un humo sutil cubrió su silueta, que se desvaneció lentamente, a la velocidad de un camión sodero. En ese pasillo, en esa tarde de verano, no hubo más Álvaro. En esos barrios, en esa tarde de verano, no hubo más sifones.
A los pocos años, allá en el 2014, se comenzó a hablar de los efectos cancerígenos del gas carbónico. Allí lo mismo le sucedió a los dispensers de aquellas helderas. Y así las cosas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

mencantó.

Kaki dijo...

durlok simil madera?
debe ser algo de 2012
:P

saludos muñon

atomÖ dijo...

no existe ese material sra. arquitect?

atomÖ dijo...

Dholo, no puedo entrar a tu blog desde hace rato. Quépachó?

Anónimo dijo...

básicamente, lo cerré.

atomÖ dijo...

uh, y ahora? cómo hacemos?